Zenarruza
Paseo solo, al atardecer de un día en que salgo de un mundo y entro en otro. Paseo por el claustro de Zenarruza y entro, quizá sea salir, al viejo pórtico del monasterio. No es ni de día ni de noche, y las sombras recién estrenadas me devuelven pasos de gente que no está, voces animadas, llenas de alma, intención, pasión, pero sigo solo. Cuánto ruido en el silencio... cuánto ruido..., y no es por las aves vespertinas que se llaman unas a otras sin cansarse, es el ruido del corazón, el martilleante bramido de lo que un diácono se lleva dentro. Aunque no quiera, aunque quiera no tener oidos, aunque duela saber que el desamor se parece demasiado al amor, aunque sangren las venas que antes pasaban desapercibidas, nunca hay llanto que duela tanto como las lágrimas de las estrellas. Qué poner ante Dios si ya todo está ante Dios, qué decirle al Señor si ya lo sabe todo. No lo sé, nunca sé que puedo decir en la oración que Dios no sepa. Una vieja casa, donde aún viven siete frailes, parece salir directamente del pasado, frente a ella tres viejos caminos sobre un prado de una hierba tan perfecta como una alfombra, confluyen frente a la puerta. Uno de los caminos parte directamente de la puerta de la Iglesia donde estoy ahora escribiendo. La vida te lleva por caminos, te hace confluir con otros caminos, otras vidas, otros intereses, otros besos, otras miradas, otro amor. Esos caminos están machacados, a veces solo por el tiempo, a veces por accidentes, la mayor parte de las veces por el propio ir y venir. Ya es de noche en Zenarruza, empieza a hacer frío. Tengo frío.
A refugio en una de las habitaciones pienso en la soledad y el silencio autoimpuesto, tan duro como el ruido que violenta, el duelo que agujerea, el amor que no corresponde. ¿Qué estará pasando en los corazones de las personas que acompaño? La sensación de estar en otro planeta es tal aquí, que ciertas cosas están más lejos de la distancia a la que realmente están. ¿Por qué hacemos tan triste la vida? ¿Por qué complicamos tanto las cosas que de ningún modo son importantes y las verdaderamente fundamentales las dejamos pasar sin darnos cuenta? No hay peor pecado que sacar hiel de las bendiciones. Dejo de escribir, llaman a Vísperas.