Recapitulando

No voy a entrar en críticas o alabanzas a las decisiones gubernamentales, ni tampoco poner en duda la existencia de una enfermedad, únicamente, al recapitular, pongo sobre la mesa nuestra capacidad de tragarnos todo lo que sale en televisión o en las redes sociales, y que nos han tomado el pelo. Subrayo que la pandemia impuso un régimen de vigilancia, ya no policial, sino vecinal; que inauguró las cuarentenas biopolíticas, decididas por los políticos sin tener en cuenta a los expertos -porque recordemos que no ha habido expertos- y con la finalidad de confinar a las personas sanas, no a las enfermas. Perdimos la libertad, las relaciones sociales, y reapareció el miedo.
El miedo a la muerte ha reaparecido en el imaginario social, una muerte invisible que acecha -sigue haciéndolo- en cualquier lugar, en el transporte público, en la calle mirando escaparates, o a campo abierto. Sobrevivir se ha convertido en el objetivo principal de las gentes que viven en Occidente. Durante muchos meses la estadística más leída o vista en televisión era el conteo de muertos, como si estuviéramos en guerra. Volvimos a hablar de la muerte en la calle, se reclamaba que la muerte estuviera presente en los medios de comunicación, y se culpó -se sigue haciendo- de los rebrotes a que hay personas que no son conscientes de la muerte o que no tienen miedo.
El Covid-19 ha convertido la enfermedad en un problema social, y la vuelta del miedo ha dado alimento a los dictadores por vocación -demócratas por obligación- donde los estados de emergencia se convirtieron en una situación normal. Ahora sabemos que eran inconstitucionales. De repente, la vigilancia política disfrazada de sanitaria parecía rescatada de las páginas de las distopías literarias de Orwell y Huxley, nuestras comunicaciones, nuestra vida, las reuniones familiares, nuestro estado de salud, se convertía en objeto de vigilancia. No quiero entrar en el tema de los Green Pass. Nuestro prójimo desapareció, convirtiéndolo en un potencial "contagiador" y con el que había -hay- que mantener el concepeto llamado distancia social.
Hubo un exceso de información -ahora el volcán acapara la atención- que causó una epidemia paralela al Covid-19; el miedo. En virtud del miedo se tomaron medidas de restricción que fueron asumidas por la población sin un mínimo análisis. Cuanta gente he visto -sigo viendo- paseando solas en medio del campo con mascarilla, conduciendo solos en su coche con mascarilla, o saliendo a tender la ropa al balcón con mascarilla. El miedo al Covid-19 ha eliminado de raíz uno de los grades placeres del ser humano; tomar el aire. Pero sobre todo ha puesto de manifiesto que algo anda mal en nuestra sociedad. Hemos destrozado años de porvenir, estamos causando males psicológicos a los niños irreversibles, por una enfermedad en la que la edad promedio de fallecimiento es superior a los 80 años, y además en un porcentaje ridículamente cercano al 1 por ciento. Sí, me dirán, hay gente joven que muere, ¿y si fuera tu abuelo quien muriera de covid? Señores, la gente joven se seguirá muriendo, por ejemplo, de cáncer, otra pandemia mucho más peligrosa, o suicidada -curiosamente una causa que está aumentando mucho- y la gente mayor, se seguirá muriendo de lo que sea, porque hay edades en las que un catarro es fatal. Quizá ellos sean a los que haya que proteger a conciencia, y no seguir obligando a niños de primaria a que sigan llevando la mascarilla, mientras que nuestros políticos van por ahí a cara descubierta enseñando sus vergüenzas. Estamos exagerando, sabemos que se nos ha ido de las manos, y seguimos exagerando porque no queremos admitir que nos han tomado el pelo, y que somos, como sociedad, un poco crédulos.
Realmente esto es doblemente preocupante, porque me hace pensar que vamos a caer fácilmente en manos de cualquiera con los arrestos de engañar a una masa acrítica y con enormes dificultades para el escepticismo. No pongo en duda que ha habido una enfermedad, pongo en duda las medidas para atajarla y sobre todo nuestra capacidad para tragarnos cualquier cosa que aparezca en la televisión o en las redes sociales. Es el final de la democracia.