Politicos

06.04.2020

Me llega en redes sociales un mensaje que se está repitiendo mucho. Los políticos deben bajarse el sueldo, deben renunciar al menos a sus dietas. No puedo por menos que sonreírme ante tremenda ingenuidad. El problema no es que los políticos renuncien o no a sus dietas. Que deberían hacerlo, sí, por supuesto. Que serviría de algo, no, en absoluto. En el fondo, lo que nadie se atreve a decir es que el problema está en otro lado. Estoy profundamente decepcionado, desengañado y desilusionado, con el nivel humano de nuestros políticos. Mi escepticismo hacia la clase política es inmenso, desde el sol hasta Júpiter ida y vuelta, como dice mi hija cuando quiere hablar de algo muy grande. Ese es el problema y no otro. A mí me da igual que renuncien a sus dietas o no, tienen más dinero, no tendrán problemas a fin de mes, no tendrán que tirar a la basura los proyectos de media vida, no tendrán que decirles a sus hijos que los Reyes Magos este año serán más pobres que otros años. Nuestra clase política es decepcionante, mal educada, vacía de propuestas constructivas, con una ausencia de preparación técnica apabullante. Nuestros políticos son disminuidos culturales, personas muy simples, cortoplacistas, con mensajes pensados exclusivamente en gustar, diciendo a quien tiene que votar exactamente lo que quiere oír, con discursos pensados más para ganar votos que para solucionar los problemas del país donde mis hijas han de crecer y llegar a ser mujeres de bien. Gracias a mi padre conocí, hace algunos años, a varios políticos de orden local, y puedo decir que no he conocido personas más ególatras, vanidosas y avariciosas. Un incierto futuro nos espera con ellos. La nueva política es un engaño, un teatro, una ficción impostada destinada a alimentar los mismos estómagos que alimentaba la vieja política. Todo el arco político, desde el extremo de la mano con la que escribo al extremo de la mano contraria, sufren de otra enfermedad también muy curiosa, el adanismo. Es curioso como todos están convencidos de que con ellos empieza el mundo. ¿Cómo arreglar esto? La democracia es el sistema de gobierno menos malo que conocemos, pero se pervierte en cuanto que el abanico que tenemos para elegir se compone de una cuadrilla de indocumentados. Los propios partidos priman un sistema de ascenso en el cual no es el más preparado ni el técnico quien llega al despacho más grande, sino que los codazos para posicionarse se parecen más a los juegos del hambre que a la voluntad sincera de aportar soluciones, con lo cual no llega arriba el más preparado sino el que menos escrúpulos tiene. Por otro lado, la clase política no es más que el reflejo una sociedad infantilizada, hiperconsumista, y adormecida. El político se ha vuelto tan idealista y vanidosa que se olvida de ejercer el poder de la manera correcta. A mí no me engañan. El político además ha sustituido al ciudadano por el pueblo y así nos va. Lamentablemente ya no somos ciudadanos responsables, somos pueblo, populacho, masa a la que manejar que cambia una cierta paz social por la libertad.  


© 2019 Alberto Jáimez. Todos los derechos reservados.
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