Libertad

Hemos metido el hedor ideológico en nuestra vida cotidiana. Así es, esto ya no va de derechas y de izquierdas. Los políticos engordados con nuestros impuestos se ríen de nuestras discusiones de salón. Deberíamos introducir de nuevo -los que estemos dispuestos- un pensamiento cristiano. Es decir, encarar la sociedad, la ciencia, la economía, la política, la vida misma, de una forma cristiana. Quien me conoce sabe de mi aprecio a la filosofía estoica grecorromana, y también sabe que opino que si queremos devolver el valor público del cristianismo tiene que venir de la mano de abandonar la escolástica en ruinas que ostentamos y abrazar de nuevo el estoicismo cristiano que hizo interesantísimos a los cristianos de los tres o cuatro primeros siglos. Se habla mucho de guerra cultural, pero eso, en realidad, tiene que ir de la mano de la propuesta de una visión del pensamiento occidental totalmente distinta, no digo nueva, digo distinta a la que tenemos hoy. Los cristianos católicos tenemos en nuestro poder la verdadera opción de provocar el cambio. La opción está en la libertad. La libertad de hacer el bien o hacer el mal, sabiendo que se está haciendo el mal. Libertad, eso es lo que pido. La libertad que pedía Séneca, San Pablo, Marco Aurelio, o San Agustín. Libertad, que no me pisen, no quiero comulgar con ruedas de molino. No quiero convertirme en una mera herramienta del sistema, soy una persona, hijo de Dios. Abogo por el juicio crítico al presente, al paradigma cultural impuesto desde el final de la II Guerra Mundial. Me esfuerzo en no ser repetición de mi vecino, y aprecio por sí misma cualquier idea distinta. Por cierto, considero la pandemia, la gestión de la pandemia, más bien, una obra maestra de ingeniería social, un intento del poder económico de eliminar -cosificándolas- nuestras almas, de asesinar la libertad de conciencia implantando un grupo de clichés sociosanitarios de dudosa utilidad -dudo que un bozal hecho con las cortinas de mi abuela detenga un virus- enfocados a cambiar nuestra conducta y que buscan tu conformidad (sumisión). Por eso no quiero ponerme el bozal, por eso me duele que me obliguen a salir en las fotos con él. Dicen que Alejandro Magno interesado por Diógenes y su profunda libertad, quiso conocerle. El magnate, impresionado, se acercó al barril donde vivía el insigne cínico y le dijo: «Pídeme lo que quieras, oro, un trozo de mi reino, lo que quieras». Diógenes le contestó al gran Alejando: «Quítate del sol que me haces sombra, y déjame en paz».