El miedo vence a la razón

26.07.2020

Nuestro enemigo más peligroso somos nosotros mismos. El narcisismo es el mal de nuestro tiempo, y quien no es narcisista se convierte en simple o en loco. Por eso vivo en una sociedad deprimida, deprimente, depresora. No hay salida a excepción del hedonismo. Kierkegaard lo tenía claro de manera casi profética, la diversión vacía, el esteticismo estéril, se convierte en salvación engañosa. La verdadera salvación no es del aburrimiento, sino de nosotros mismos, de nuestra autoexplotación, del sometimiento a nosotros mismos. 

La bendición de nuestros gobiernos es que asumimos las esclavitudes con una sonrisa en la cara, aplaudiendo en los balcones y levantando los hombros a la vez que decimos; es lo que toca. Por lo tanto, debemos asumir la existencia de nuestro yo en relación con los otros, debemos aceptarnos, debemos ser capaces de estar en silencio, debemos perder el miedo para ganar libertad, dominio de nuestras decisiones, asunción de nuestros errores y disfrute de nuestros logros. Conócete a ti mismo. 

Creemos que somos libres, pero ni siquiera tenemos conocimiento de todas las leyes y normas que nos atenazan apretándonos contra la culpabilidad del incumplimiento. Creemos que el mal está dentro de nosotros, nos miramos a nosotros mismos con espejos psicológicos deformados por nuestro orgullo y nuestra vanidad, perdemos de vista al otro, lo que antes llamábamos prójimo, y entonces llega la soledad, el aburrimiento, la depresión. Sentimos que nadie nos mira sino con sospecha, y nosotros mismos miramos con sospecha, tanto a las personas que nos rodean como a las cosas en las que nos apoyamos, porque nos apoyamos en las cosas y nos rodea el otro, ni siquiera ya nos apoyamos en el otro, y las cosas han adquirido tanta importancia que ya no nos rodean, nos apoyamos, son imprescindibles, nos atan, nos condenan. 

El enemigo ya no es el otro convertido en lobo, la frase el hombre es un lobo para el hombre ya no tiene sentido, ahora sería más correcto decir, el hombre es un virus para sí mismo. La culpabilidad del incumplimiento es mucho mayor que una multa, el miedo es mayor que la razón. He visto gente paseando sola por el bosque con mascarilla, no es que se la haya puesto al cruzarse conmigo, la he visto de muy lejos, sola, con mascarilla, como si el coronavirus lo llevase dentro, en el alma. Desde cuándo esa persona que pasea sola por el bosque con mascarilla se ha convertido en su propio carcelero, desde cuándo el miedo ha sustituido a la razón. Regalamos nuestra libertad a quien dice hacernos libres, regalamos la llave de nuestra celda al diablo a cambio de no tener que decidir nada. Vendemos el alma al diablo a cambio de la bendición de tomar decisiones equivocadas. Acaso no trata de eso el relato del Génesis, el del Árbol del bien y del mal. Es una fruta tanto del bien como del mal, y por extraño que parezca, sin la capacidad de elección, tanto para bien como para mal, aún seríamos australopitecos oteando la sabana africana. Cambiamos la fácil apariencia de felicidad por el esfuerzo de buscar la verdadera felicidad. 

Compramos con nuestro trabajo coloridas celdas donde esclavizarnos. 1984, Un mundo feliz, Matrix, en el fondo todos hablan de lo mismo. El gran cambio que el coronavirus nos ha dejado a la sociedad es la ceguera ante los verdaderos enemigos, el coronavirus ha convertido en sospechosos a los otros y en enemigo a uno mismo. El gran fracaso del cristianismo no es la imposibilidad de la eucaristía online, es la desaparición del prójimo. La caridad debe ser ejercida con presupuestos mentales anteriores al coronavirus. Debemos recuperar la autoimagen de vernos libres, con las responsabilidades que trae ser libres. Perdamos el miedo a la libertad.

© 2019 Alberto Jáimez. Todos los derechos reservados.
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