Distopía en marcha

01.08.2020

Pienso en Derrida y su afición de deshacer conceptos, cosa muy útil hoy día. Cada vez que se comprende algo, hemos de pensar que no lo comprendemos, cada vez que llegamos a una definición, deshacerla. Eso es vivir a martillazos, todo un proyecto de vida. En realidad, no vivimos los hechos, sino que los hechos se construyen desde el poder para vivirnos nosotros mismos. El coronavirus es un fantástico ejemplo. La enfermedad existe, está claro por los muertos, pero hay intenciones aviesas en todo lo que nos está pasando. Es raro ser el único que no lleva mascarilla en ocasiones donde es absurdo llevar mascarilla. Veo gente conduciendo sola en su coche llevando mascarilla, veo gente paseando sola por el campo llevando mascarilla, me hablan de gente que lleva mascarilla en su casa, y es simplemente porque hay una norma, lo dicen las autoridades, no hay pensamiento -suena pretencioso decirlo, pero es lo que hay-. El liberalismo está muerto, así no vamos a llegar a ninguna parte, al contrario, la distopía está en marcha a través de una excesiva contaminación televisiva. Afortunadamente he dejado de ver la televisión. El coronavirus ha producido un rechazo al otro, un desencuentro con el prójimo en cuanto autodefensa, nos lleva a la continua sospecha, infundada, ya que la inmunidad no se consigue aislándose sino exponiéndose a las pequeñas cantidades de impurezas de la vida diaria. La vida no consiste en esconderse hasta que uno sea lo suficientemente maduro como para morirse, consiste en digerir los acontecimientos, ya sean buenos o malos, de la mejor manera posible, a veces dando lugar al estoicismo, a veces dando lugar al hedonismo. Miles de personas queriendo estar a salvo tras sus mascarillas no es más que la extraña disponibilidad a querer dejar de vivir para no morir, quizá sea el miedo a la multa, pero en todo caso violencia sobre ellos y sobre el prójimo. Todo está puesto en cuestión, más bien en crisis. No hay existencia verdadera sino a partir de las normas y leyes que se cumplen ciegamente, tantas leyes que se hace imposible su cumplimiento consiguiendo hacer de cada ciudadano un delincuente. Veo como una trampa aquello de: el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Cómo obedecer la orden que no se escucha, cómo amar a quien no se conoce. El individuo no existe, existe su expediente en hacienda. La vida no interesa, el esfuerzo intelectual no sirve de mucho sino en su aplicación práctica para el desarrollo material de una sociedad que construye sobre ladrillos podridos. Los ingenieros saben mucho de eso, del pragmatismo de la economía y el consumo. El pensamiento puro y duro, el sentarse de madrugada y pensar de forma humana me convierte en un solitario. Nadie quiere estar solo, nadie quiere sentir el silencio. He de admitir que cuando se consigue el silencio absoluto tampoco se escucha a Dios, Él se presenta cuando quiere y como quiere, pero eso es otra historia. El futuro que nos espera es el totalitarismo por parte de quien se autodenomina salvador, da igual quien sea, da igual el color, da igual dónde se siente en un parlamento, cada vez estamos más cerca de una síntesis perfecta de 1984 y de Un mundo feliz, comprender ambos libros nos da más luz hoy día que cualquier otra cosa. Desde el primer momento comprendí que esto tenía que ver más con Huxley y Orwell que con Camus y su librito La peste. La complaciente aceptación del presente en Un mundo feliz me recuerda a la complaciente aceptación del presente en la vida real. Vivir es un peligro, desgraciadamente es un peligro, y nuestros descendientes lo sabrán como lo hemos sabido nosotros, a martillazos. Crecer es ser consciente de que vivir es peligroso, madurar es comprender esta fatalidad y vivir de forma prudente. Cuanto más viejo me hago más valoro la tranquilidad en cuanto seguridad.

© 2019 Alberto Jáimez. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar