¿Todo saldrá bien?

05.04.2020

Estoy falto de imaginación. El aislamiento social me trae la consecuencia del aletargamiento intelectual. Me cuesta mucho escribir, y las pocas fuerzas que tengo para ello las uso para trabajar en mi tesis doctoral, a la que mis hijas, que se han creído que la casa es un patio de colegio, aportan el ruido y jolgorio necesario para que solo pueda trabajar de madrugada, muy de madrugada. Con lo cual, otra consecuencia del aislamiento social es mi desfase circadiano. Es decir, que cuando debería tener sueño no lo tengo, y cuando debería estar despierto me muero por dormir. Acedia intelectual y sueño durante el día e insomnio durante la noche. Bien por mí. Mientras otros cocinan, conocen a sus familias, han descubierto las virtudes de sacar al perro a hacer sus cosas, o se lo pasan genial de tertulia balconera, yo estoy aquí bostezando, debo ser gilipollas. Ya empiezo a estar cansado de esos mensajes de optimismo fatuo y cursi que llenan las redes sociales, sí, esos mensajes que tratan de convencernos de que en realidad se está mejor en casa que haciendo nuestras vidas, que hay que dar gracias al coronavirus porque nos ha enseñado a ser mejores, a darnos cuenta de que queremos a nuestras familias. No le veo la gracia. Hay muchos mensajes que dicen que tranquilos, que todo saldrá bien. Pues no sé dónde, ni a quién le saldrá bien esto del coronavirus. Me rodean trabajadores que perderán, si no han perdido ya, el trabajo, autónomos que lo que han perdido ya es la vida entera, almas que en mayo no tendrán con qué pagar el alquiler. Eso sin contar los once mil fallecidos. Once mil gritos, once mil preguntas, once mil ataúdes, que significan algo más que una caja de madera, por la sencilla razón de que dentro duerme para siempre una vida que, aunque es Dios quien se la queda, nosotros, los de abajo, la necesitábamos. Tampoco vamos a cambiar tanto como aseguran estos mensajes cursis. En cuanto acabe el confinamiento la gente tendrá un cierto temor, cambiarán las formas de relación social, ganaremos lejanía y desconfianza, nos convertiremos en un poco más hipocondriacos. La solución, el verdadero cambio será la lejanía unos de otros. Lejanía, sospecha. Como dice el escritor italiano Paolo Giordano, hemos descubierto que vivimos en un castillo de naipes, pero, como él, tengo la seguridad de que cuando todo esto pase, cuando ponerse una vacuna contra el coronavirus sea habitual, no se producirá ningún cambio en nuestra organización social. Sí que es cierto que hay más ganas de ayudar, la gente buena que siempre aparece ahora también levanta la cabeza y somos testigos de grandes y pequeñas historias de amor y caridad, pero esas no son causadas por el coronavirus, eso es producto del espíritu humano, que florece de vez en cuando como algo maravilloso. Al estar aislados tenemos más necesidades sociales, eso hace que pensemos en los demás, es humano, y para nada extraordinario. Es algo que se vive en todos los retiros espirituales, en cuanto te aíslas socialmente surge en ti el pensamiento por el otro, que es precisamente lo que lo que no tienes. El ser humano siempre echa de menos lo que no tiene y le sobra lo que tiene. No hay mayor misterio en eso que el propio misterio humano. En cuanto tengamos la vacuna todo seguirá como siempre. Las cosas irán, si cabe, peor, dada la crisis económica rampante a la que nos enfrentaremos. No todo saldrá bien.


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